sábado, 16 de marzo de 2013

El negociador

—No sé qué pretenden, pero el avión y el aeropuerto entero están totalmente rodeados. Mi consejo es…
—Déjese de consejos Inspector Carmona. Le digo lo que vamos a hacer y por el bien de todos no me interrumpa. Tengo doscientas personas retenidas. Sólo voy a hablar a partir de ahora con Leonardo Sorribes.
—Pero…
—Le he dicho que no me interrumpa. Ya sé que no está en activo. Lo van a localizar y lo van a traer aquí antes de treinta minutos. Cuando se cumpla ese plazo, mataré a un rehén cada dos minutos hasta que llegue.

Los pitidos de final de llamada parecieron helarle la sangre. Tardó unos segundos en reaccionar.

—Vayan echando hostias a casa de Leo. Vive a diez minutos de aquí. Sáquenlo de su casa como sea. Lo quiero aquí antes de que ese cabrón del avión se dé cuenta.

Una patrulla salió del aeropuerto con las consignas bien aprendidas. Leo había sido el mejor negociador en la historia del cuerpo. Su actuación en el último atraco de la banda del Chupete todavía era una hazaña muy recordada. Habían robado quince sucursales por todo el país. Leo realizó una negociación de manual y consiguió detenerlos sin heridos. No obstante, su vida privada era otra historia. La inestabilidad siempre había sido una constante y ya iba por su segundo divorcio cuando recibió la condecoración  por su trayectoria y sobre todo por la resolución de ese caso. Habían pasado ya más de doce años desde que sucediera todo eso.

Ahora lo llevaban en el asiento trasero del coche de policía a toda velocidad por la autovía, aunque el tráfico era muy denso a esa hora. Iba hecho un harapo, apenas podía abrir los ojos. Desde que se retirara cinco años atrás no había día que no buscara compañía en la botella de Jack Daniels. La noche anterior no había sido una excepción.

La autovía quedó atascada de repente. El coche patrulla decidió ir por el arcén, pero aún así  iban a llegar muy justos. El Inspector Carmona, en continuo contacto con la patrulla, puso a Leo en comunicación con el avión. Quedaban cinco minutos, pero sería mejor no arriesgar.

—Leonardo Sorribes al aparato. —Su voz sonó ronca y pareció retumbar en su cabeza como una explosión.
—Buenos días Leo, ¿puedo llamarte así, no?
—Llámeme como quiera, pero dígame cómo está la situación, me gustaría saber si todo el mundo está bien y cómo podemos actuar para solucionar el conflicto.
— ¿Conflicto? Ay Leo, Leo… Estás un poco oxidado, ¿no? Lo primero de todo tienes que llegar al aeropuerto. Hablaremos entonces.

Colgó. Leo parecía no aguantar el dolor de cabeza. Además, algo en aquella voz le había resultado muy familiar. Los  malos presagios se confirmaron cuando por fin entró en la pista del aeropuerto. Dos cadáveres en el suelo lo recibieron. Sin más dilación le pusieron unos auriculares con micrófono.

—Ya estoy aquí…
—Cinco minutos tarde… Ya había elegido al siguiente. Parece que la historia se repite. Yo que quería darte otra oportunidad y ya ves…
— ¿Quién eres?—Llegó a realizar la pregunta aunque ya sabía la respuesta. Su mente retrocedió cinco años a aquella negociación que hizo que todo se fuera a pique. El maldito autobús escolar que cada noche aún veía en sus sueños y los ocho niños metidos en bolsas y transportados al Anatómico Forense.
—Ya sabes quién soy, ¿o tengo que refrescarte aún más la memoria?
—No, no, está bien…
—Entonces, ¿qué me propones?
—Creo que al que realmente quieres es a mí…
—Muy avispado, Leo…
—Entonces, podría subir al avión… Luego nos puedes dar algo a cambio.
—Acepto.

Así lo hizo. Subió a aquel boeing. Minutos después todos los rehenes bajaron uno a uno. Todos menos la tripulación necesaria para el vuelo que emprendieron. Esa fue la última vez que se supo de Leo “el negociador”.

sábado, 2 de marzo de 2013

Cita a ciegas

Todo preparado. El coqueto apartamento de treinta metros cuadrados estaba listo para el encuentro romántico. Decorado en tono violeta, cortinas de raso a juego con las pantallas de las lámparas de pie que proyectaban una tenue luz en las paredes de color perla. La mesa, en el centro de la estancia, montada para la ocasión. Vajilla moderna, plato, bajo plato y tres tipos de copa. Cena para dos con velas en el centro. Al encenderlas el suave aroma de la lavanda se mezcló con el olor del asado que reposaba en el horno. Empezarían con los aperitivos, jamón y un poco de marisco. Y para terminar, Paula había preparado un pastel de moca cubierto de chocolate y mermelada de arándanos y lo había dejado en la barra americana que separaba el salón de la estrecha cocina.

Salvo la mesa y las dos sillas no había más mobiliario que dos pufes de color negro y un par de taburetes metálicos debajo de la barra. En la cocina, lo imprescindible. Y Paula, hecha un manojo de nervios. ‹‹El miedo a lo desconocido…›› pensó, ‹‹…siempre me pasa››. Soltó una sonora risa nerviosa descargando la tensión acumulada. El timbre sonó tímidamente. Activó el hilo musical y se encaminó en dirección a la puerta. ‹‹Estos malos tragos mejor con música tranquila››. Puso el ojo en la mirilla. Alto, atlético, pelo corto, ojos claros y media sonrisa juguetona. Vestía pantalones vaqueros claros, camisa azul y americana negra. Elegante a la vez que informal. ‹‹Me gusta, aunque la rosa y el vino tinto…muy clásico ¿no? ¿Poca imaginación?››. Abrió sin más dilación pues sentía que el corazón se le aceleraba por momentos.

—Hola…Carlos, supongo.
—Hola Paula, ¡qué guapa!
—Gracias…pasa.
—He traído una…
—Jo, gracias, ¡qué detalle!
—No es nada. ¡Qué bien huele! ¿Puedo ayudar en algo?
—No gracias, está todo hecho. Siéntate que empezamos.

Apoyó la botella de vino y la rosa en la encimera y se sentó frente a Carlos. Sirvió vino blanco que tenía preparado en la cubitera y le lanzó una mirada escrutadora. Concluyó que no estaba nada mal, pero para lo que servían una vez acababa todo, la verdad que daba igual cómo estuviera. Aunque si se ponía así, también daría igual la minifalda negra y la camiseta de tirantes de generoso escote que se había plantado ella. Decidió que por lo menos disfrutaría de las vistas durante la cita y haría que Carlos disfrutase de la misma manera.

— ¿Qué tal el jamón?—inquirió sin interés, con intención de romper el hielo.
—Muy bueno… perdona…, pero es que estoy un poco nervioso la verdad… ¿sabes? Mmmm… es la primera vez que contesto a un anuncio de éstos… ya sabes… de citas y venía pensando que podría encontrarme cualquier cosa. Por fortuna has aparecido tú…—. Tosió tras la servilleta y preguntó—: ¿Para ti también es la primera vez?
—Bueno, la verdad es que no. Es la tercera vez que pongo un anuncio en busca de una cita.
— ¿No fueron bien las otras dos?
—Sí, sí… fueron de maravilla. Todo acabó como yo quería. Por eso he repetido… Anda, come un poco más de jamón Carlos, sería una pena que sobrase… y bebe todo el vino que quieras, ya ves que está muy fresquito…
— ¿Qué pasó? Quiero decir…si fueron bien, ¿por qué…?
—Las cosas duran lo que duran Carlos, no le des más vueltas…

La vena del cuello le iba a explotar. Estaba fuera de sus casillas con tanta preguntita…‹‹Joder, ¿no puede simplemente disfrutar del momento…?››. Cogió el cuchillo con fuerza y abalanzándose sobre él se lo clavó en la garganta. Cayó desplomado al suelo. Tanto trabajo con la cena y no le había durado ni diez minutos. Terminaría de cenar ella sola. La música era agradable. Y el asado… ¡cómo olía! Después dejaría todo allí. Recogería sólo sus pertenencias para no ser identificada. Siempre lo hacía así. Y dentro de un mes o dos volvería a alquilar un apartamento para una semana con su documentación falsa, pondría otra vez un anuncio y tendría otra cita. ¿Le aguantaría el siguiente al menos hasta el postre?